Un cuento musical para una fiesta comunitaria
«Ludi y el secreto de la Naturaleza» es un cuento musical creado para la fiesta de inicio de curso 2025/2026 en el CECO Guatemala, espacio que la Junta Municipal de Fuencarral-El Pardo cede generosamente a la Orquesta COAM para ensayar cada domingo.
Tanto durante el concierto como en los talleres previos, contamos con el valioso apoyo de miembros de la Asociación Vecinal La Flor, el Grupo Scouts Luján 102 y la Organización Solidaria de Artes Marciales (O.S.D.A.M), quienes guiaron a los participantes en la preparación del cuento y en las dinámicas durante la actuación. La parte musical estuvo a cargo de Francisco Espinosa y la narración fue realizada por Paqui de la Rúa.
En este artículo compartimos el cuento completo y las imágenes que lo acompañaron, como muestra de una experiencia colectiva vivida en el CECO Guatemala, que unió música, imaginación y comunidad.
Inspirado en «La Pastoral» de Beethoven
El cuento está inspirado en los textos que Ludwig van Beethoven escribió al inicio de cada movimiento de su Sinfonía n.º 6 en fa mayor, Op. 68, conocida como la “Pastoral”. Estos encabezamientos reflejan su profundo amor por la naturaleza y su deseo de transmitir emociones y escenas campestres a través de la música.
- Erwachen heiterer Gefühle bei der Ankunft auf dem Lande
Despertar de alegres sentimientos al llegar al campo
(Primer movimiento) - Szene am Bach
Escena junto al arroyo
(Segundo movimiento) - Lustiges Zusammensein der Landleute
Alegre reunión de los campesinos
(Tercer movimiento) - Gewitter, Sturm
Tormenta y vendaval
(Cuarto movimiento) - Hirtengesang – Frohe und dankbare Gefühle nach dem Sturm
Canto del pastor – Sentimientos de alegría y gratitud tras la tormenta
(Quinto movimiento)
Introducción
Había una vez un duendecillo llamado Ludi, que vivía en lo alto de una farola, en una ciudad muy ruidosa. Por las noches escuchaba los coches pasar, las voces que subían desde la calle, y el murmullo constante de móviles y televisores encendidos. Aunque era curioso y alegre, Ludi sentía que algo le faltaba. Como si buscara una paz que no conseguía encontrar.
Un domingo por la tarde, mientras caminaba cerca del Centro Comunitario Guatemala, escuchó una música suave que salía por una ventana. Era tranquila, parecía venir del campo….

La curiosidad pudo más: se deslizó por la rendija con la agilidad de un suspiro, entró sin hacer ruido… y descubrió que allí dentro había mucha gente haciendo música. Se quedó muy quietecito, con las orejas bien abiertas, escondido entre los estuches de los instrumentos.
Pero no podía contener las ganas de saber quiénes eran, qué estaban tocando. Así que se armó de valor y se acercó, paso a paso, hasta una chica que tocaba una especie de flautín, parecido al que tiene su primo el duende músico, pero mucho más grande.

Tocó suavemente su hombro y le susurró al oído con voz tímida: “Hola, soy Ludi. Pasaba por aquí y he oído que estabais tocando… ¿quiénes sois?”
La chica sonrió y respondió en voz baja: “Somos la Orquesta COAM. Ensayamos aquí todos los domingos.”
“¡Ah, ¡qué interesante! ¡Una orquesta que ensaya en el Ceco Guatemala!” exclamó Ludi, encantado.
Se acomodó en el hombro de la amable flautista, como si fuera su palco privado, y al rato le preguntó: “¿Y qué música es esta?”
Ella volvió a sonreír y le respondió en voz baja: “Es la Sexta Sinfonía de Beethoven. La llaman “La Pastoral”. Es una composición que habla de la naturaleza. Pero no puedo seguir hablando contigo” —añadió con dulzura—. “Puedes quedarte si quieres, pero escóndete bien para no distraer a la orquesta.”
Ludi se bajó al suelo y volvió de puntillas hasta donde estaban los estuches, se acurrucó en un rincón de la caja mullidita de un contrabajo, cerró los ojos… y dejó que la música lo guiara, como un sendero invisible en su imaginación.

I “Despertar de sentimientos alegres al llegar al campo”
Poco a poco, sin moverse, empezó a imaginar que estaba en el campo. Un campo tranquilo, abierto, lleno de luz. El aire olía a tierra húmeda, a flores silvestres. Los árboles se mecían con suavidad, y los pájaros bordaban melodías invisibles en el cielo. Todo parecía despertar con delicadeza, como si la naturaleza saludara en voz baja. Y con ella, algo dentro de Ludi también despertaba: una alegría tímida y luminosa, como si el corazón se desperezara al sol de la mañana.

Ludi imaginó levantarse y caminar por un sendero, sin hacer ruido. La música brotaba alegre y suave por todas partes, como si el paisaje entero estuviera cantando. Y al fondo, entre los matorrales, se alzaba un árbol majestuoso. No era el más alto ni el más frondoso, pero tenía algo especial: sus ramas se abrían como brazos que esperan un abrazo, su tronco parecía guardar antiguos secretos de aquel lugar…
Ludi se sintió atraído por la magia de aquel árbol, se acercó hasta su tronco, apoyó la mano en su corteza y susurró:
“¿Tú también escuchas esa música?”

Comienzo del primer movimiento 2:32
II Escena junto al arroyo
Entre las raíces del árbol, un sendero de hierba lo llevó hasta un rincón más fresco, donde el aire olía a agua. Allí descubrió un arroyo. No era grande ni ruidoso. Era un hilo de agua que corría entre las piedras, fresco, transparente y juguetón parecía estar cantando. Ludi se sentó en una piedra cubierta de musgo y se dispuso a escuchar su melodía.

Comienzo del segundo movimiento 1:33
El arroyo seguía cantando, y el bosque parecía escucharlo en silencio. Desde su rincón, el Gran Árbol observaba. Sus ramas apenas se movían, como si quisieran mantener intacta la belleza del momento.
Y entonces, llegaron tres aves. Primero, el ruiseñor. Se posó en una rama baja y cantó con voz dulce y clara, como una caricia en el aire. Su canto parecía fluir con el agua, como si ambos se entendieran sin palabras. Después, la codorniz. Saltó entre las raíces del Gran Árbol y lanzó notas juguetonas, cortas y alegres, como si riera entre las hojas. y por último, el cuco, se posó en lo alto del árbol y cantó con voz misteriosa, repetitiva, como si viniera de otro tiempo. Cada una tenía su manera de hablar. Cada una parecía conocer la música que flotaba en el bosque.

Ludi los miró con asombro. “¿Por qué cantáis?”, preguntó. El ruiseñor inclinó la cabeza y respondió: “Porque el agua nos escucha.” La codorniz dio un pequeño salto y dijo: “Porque el bosque nos entiende.” Y el cuco, desde lo alto, completó: “Porque tú has venido a oírnos.”
El Gran Árbol no dijo nada, pero sus ramas se abrieron un poco más, como si también quisiera cantar.
Coda del segundo movimiento 1:09
III Alegre reunión de campesinos
Ludi siguió su camino entre árboles y senderos, hasta que el sonido de risas y música lo llevó a una pequeña aldea. Era día de fiesta. Mientras disfrutaban de la fiesta, recogían lo que caía, compartían lo que tenían, cuidaban de su entorno y se cuidaban entre ellos.

Ludi se unió a la danza. Sus pies no conocían los pasos, pero el corazón sí. “¿Qué es lo que festejáis? “ preguntó, mientras giraba entre los campesinos. Ellos respondieron con una sonrisa: “Celebramos que la tierra nos da todo lo que necesitamos… y que nosotros, con gratitud, le devolvemos lo mejor que tenemos”.
El Gran Árbol, desde lejos, parecía escuchar la música. Sus ramas se movían al ritmo de la danza, como si también se uniera a la fiesta. Ludi lo miró con asombro. Nunca había visto a un árbol bailar.
Y en ese instante, comprendió algo nuevo: que cuidar el planeta no era solo una tarea, sino una forma de vivir en sintonía con la Naturaleza… y que esa armonía, sencillamente, nos hace felices.
Fragmento del tercer movimiento 1:31
IV Tormenta y vendaval
Y entonces… llegó la tormenta. No cayó de golpe. Primero fue un murmullo, una ráfaga que se coló entre las ramas, una gota que no sabía si caer o esperar.
Después, otras gotas se animaron, como si aquella primera hubiera dado permiso. Cayeron tímidas, dispersas, dibujando círculos sobre la tierra.
Pero pronto dejaron de dudar. La lluvia se volvió decidida, el cielo se rompió en mil gotas, y el bosque empezó a empaparse de prisa. El bosque, que antes cantaba, ahora rugía. El suelo temblaba, el aire se llenaba de ráfagas de agua y viento. Y el Gran Árbol se estremecía. Sus raíces se aferraban a la tierra, sus ramas se agitaban como brazos que quieren proteger. Ludi corrió, agarró una hoja gigante a modo de paraguas, y se refugió bajo su sombra. No gritó, no huyó. Solo cerró los ojos y esperó, como si confiara en que el bosque, a pesar de su furia, no lo dejaría solo.

Fragmento del cuarto movimiento 0:35
IV Sentimientos de alegría y gratitud tras la tormenta
La tormenta ha pasado. El bosque vuelve a respirar. Las hojas brillan con el agua que ha quedado, el aire está limpio, y todo parece más bello que antes. Ludi camina entre charcos y ramas caídas. Escucha el canto de los pájaros, el crujido suave de la tierra húmeda, y siente que el bosque le habla en voz baja. Ludi se acerca al gran árbol, lo abraza con fuerza, para darle las gracias. Por estar ahí. Por no rendirse.

Inicio del quinto movimiento 1:25
Entonces, Ludi abre los ojos. Sigue dentro del estuche del contrabajo, arropado entre los pliegues del forro, y se da cuenta de que todo ha sido un sueño, pero algo dentro de él ha cambiado. El bosque, el arroyo, el Gran Árbol… la música de Beethoven que lo llevó hasta ellos le ha enseñado a mirar con otros ojos.

Ahora, todo le parece más vivo, más bello, más frágil también. Y comprende, por fin, el secreto que el Gran Árbol guardaba: La Naturaleza no solo necesita ser admirada, sino protegida.
Porque ella también se rompe, también se agita, también se defiende. Pero si la cuidamos, si aprendemos a escucharla, nos enseña que después de la tormenta… siempre vuelve la calma. Y con ella, la vida.
final del quinto movimiento 1:23
Epílogo
Ludwig van Beethoven fue un compositor alemán que vivió hace más de 200 años. Aunque perdió la audición en la mitad de su vida, siguió componiendo música que hablaba al alma. La Sexta Sinfonía, conocida como La Pastoral, la escribió en 1808. En ella, quiso expresar su amor por la naturaleza: los campos, los arroyos, las fiestas rurales, las tormentas y la paz que llega después.

Hoy, al escucharla, podemos imaginar lo que él sentía al caminar por el campo. Y quizás, como Ludi, descubrir que la música clásica no es algo lejano… Es una puerta abierta a la belleza, a la emoción… y al cuidado de nuestro mundo.
Gracias por escuchar con el corazón y que la música os acompañe siempre. Y si al final alguno de vosotros escucha música clásica y se pregunta si Ludi está sonriendo en su estuche, recordando el canto de los pajaritos en los árboles, el frescor del arroyo y la dulzura de la brisa de aire fresco… entonces sabremos que la magia funcionó.

